domingo, 2 de enero de 2011

Dormir, dormir....ese mal necesario.

Sin importar si me muevo mucho o poco, si tuve largas horas de sueño o unos cuantos minutos, las cobijas nunca permanecen sobre mi cama. No sé qué pasa, pero tengo la habilidad de botarlas al suelo en cuanto caigo inconsciente. Esto no sería tan grave de no ser porque no soy capaz de dormirme sin algo encima y en donde vivo hace un frío imposible.

Lo primero que se me ocurrió intentar fue hacer tres horas de ejercicio antes de irme a dormir para que los músculos estuvieran tan cansados que no fueran capaces de tumbar la cobija por más que lo intentaran. Por varias semanas hice spinning, yoga, karate, rumba, levantamiento de pesas y me volví una experta en la elíptica; pero cada mañana, sin tregua, me levantaba adolorida a más no poder y sin la cobija. Al menos de ese experimento me quedó un cuerpo mucho más saludable.

Alguien me dijo una vez que debería intentar meter las puntas debajo del colchón, para que por más fuerza que tuviera, no pudiera botarlas. Así lo hice, y recuerdo que a las 2 de la mañana me desperté, muerta del frío, sin cobija y durmiendo en el suelo. Resultó siendo peor el remedio que la enfermedad.

Otra persona, me dijo que yo botaba las cobijas porque me parecían muy pesadas, que intentara dormir con sobre-sábanas. ¡Grave error! Haciendo ese experimento rompí el juego de cama que mi mamá más apreciaba. ¡Casi me mata!

El último consejo que escuché, intentando encontrar la solución a mi problema, fue el de una amiga de mi tía, de esas que no te conoce pero te trata como si fueras la mejor amiga de su hija; me recomendó instalar aire acondicionado en mi habitación, o en su defecto poner un ventilador, pues según ella, el frío haría que yo durmiera aferrada a las cobijas toda la noche. Gracias a la experiencia que estaba adquiriendo con esos consejos, decidí optar por el ventilador, una opción mucho más económica y rápida, pues no tenía que esperar a que alguien fuera a mi casa a instalar el bendito aparato. Esa noche puse el ventilador al máximo, cerré las ventanas y la puerta para condensar el frío, me puse la cobija más pesada que tenía, que usualmente me costaba más tirar al suelo, y me puse un pijama muy ligero para evitar que me diera calor. ¿Resultado del experimento? Una bronquitis que me tuvo hospitalizada 15 días.

Desesperada, una vez fui a consultar a un psicólogo, para ver si a él se le ocurría algo. Analizó mi comportamiento por meses, me puso a dibujar los miembros de mi familia en una hoja, me puso a ver ciertas películas y a leer ciertos libros, me sacó más de un millón de pesos en consultas, y al final, me despachó diciéndome que yo lo que tenía era una aversión por la supuesta sobreprotección de mis padres y que la canalizaba liberándome de las cobijas cada noche. ¡Vaya payaso! También hubiera podido decirme que era un problema cósmico y que era la luna la que influía en mí para que durmiera sin cobijas.

Una vez, decidí grabarme mientras dormía, para ver si, por lo menos así, algo lograba descubrir. ¡Qué belleza! Alcancé a ver que le di una patada a la cobija, pero hasta ahí llegué yo en el video, porque la cobija golpeó el trípode de la cámara, y las siguientes 7 horas de video muestran una pared blanca.

Hoy, voy a ensayar una nueva técnica que me aconsejaron. Juro que ésta es la última vez que le creo a alguien. Si esto no funciona, tal vez deje de dormir. Al menos despierta puedo ponerme la cobija y no pasar frío. O tal vez cuando esté tan exhausta, cuando lleve varios días sin dormir, cuando ya a mi cuerpo no le quede una pizca de energía con que patear nada, tal vez ahí, caiga rendida en la cama y sin darme cuenta pase la noche entera con la cobija puesta.