viernes, 15 de mayo de 2009

Impresiones y reflexiones sobre el libro Obstinación de Herman Hesse (parte 3)

Por último, me gustaría hacer una breve referencia al motivo por el que decidí leer este libro. Suelo leer el nombre y la sinopsis del libro, y basarme en eso para saber si quiero o no leer la obra, pero con este libro, sucedió algo un poco diferente.

Desde que leí “El Lobo Estepario” (1927), quedé con una gran curiosidad por conocer más sobre la obra de Hermann Hesse, y hace poco, llegó a mis manos por casualidad este libro, Obstinación. Después de leer la primera página, supe que tenía que leerlo, y es que después de leer esto: “Una virtud hay que quiero mucho, una sola. Se llama obstinación. Todas las demás, sobre las que leemos en los libros y oímos hablar a los maestros, no me interesan. En el fondo se podría englobar todo ese sinfín de virtudes que ha inventado el hombre en un solo nombre. Virtud es: obediencia. La cuestión es a quien se obedece. La obstinación también es obediencia. Todas las demás virtudes, tan apreciadas y ensalzadas, son obediencia a leyes dictadas por los hombres. Tan sólo la obstinación no pregunta por esas leyes. El que es obstinado obedece a otra ley, a una sola, absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo, al “propio sentido”.”(pág. 7), ¿Cómo podía resistirme a continuar con el resto del libro? Ese párrafo habla por mí. Nunca pensé en la obstinación como una virtud, ni en la virtud como obediencia, pero siempre creí que obedecerse a si mismo, escuchar lo que uno mismo tiene que decir es tanto o más importante que escuchar a los demás. Nadie sabe más lo que queremos, que nosotros mismos, sólo que por miedo, desconocimiento o alguna otra causa, pocas veces nos hacemos caso. Por eso, supe que debía leer el libro. Porque como dije desde el principio, me pareció que el pensamiento que tiene Herman Hesse sobre muchas de las cosas importantes y no tan importantes, es muy similar al mío. Y efectivamente, temas tan diversos como la religión, la política, la naturaleza, la familia, la infancia, la imaginación, la literatura y hasta la magia, tuve oportunidad de compartirlos con este gran escritor. Ahora, siento que lo conozco, que es alguien muy cercano y sobre todo, que algunas ideas que se me ocurren a veces, no son tan extravagantes y extrañas, pues años atrás, un gran escritor y filósofo las pensó también.

Impresiones y reflexiones sobre el libro Obstinación de Herman Hesse (parte 2)

continuación...

Además de hablar de las religiones, Herman Hesse hace alusión a la política desde una visión no muy experta, pues no tuvo una verdadera formación en el tema, ni ejerció nunca alguna profesión afín; pero si muy real pues con los libros adquirió conocimiento del tema y además, tuvo la experiencia de vivir en un país en guerra. Durante su vida, el autor tuvo que vivir las dos guerras mundiales desde un puesto, privilegiado para observar y entender lo que sucedía, y peligroso por sus ideas contrarias a las del gobierno alemán, sabiendo que se encontraba viviendo en el mismo país.

Dice Hesse en su Diario entre 1920-1921: “Cada cual trabaja, se afana, piensa y hace política para sí mismo, para su persona, su fama o por un partido...” (pág. 131) refiriéndose a lo tan equivocados que estaban los demás, según él, a la hora de concebir la política. Aunque no le gustaban las ideas del Marxismo, ni del Socialismo, decía que era importante para que una política funcionara, que los esfuerzos de todos apuntaran hacia un bien común, hacia el fortalecimiento físico, moral e intelectual de la Humanidad. Y en esto, tiene bastante razón creo yo. Según mi punto de vista, el Capitalismo funciona hasta cierto punto, no es malo que cada uno luche por obtener sus propias cosas mientras no olvide a los demás, mientras no olvide lo que le costó llegar hasta donde está, y que lo que tiene no sirve de nada si es el único que tiene. El Capitalismo según esto, sirve en un mundo verdaderamente humano; en el que los hombres no dejan de ser hombres para trabajar por un supuesto bien superior, que en realidad no existe, pues no hay un bien superior que la satisfacción en todos los sentidos de la Humanidad. Lo que Hesse decía, se podría pensar así, como un capitalismo para seres humanos, en el que el individuo se enriquece sin olvidar que a la vez, pertenece a una sociedad, en la que cada uno debe estar bien, para que todo el sistema funcione.

El autor vivió en carne propia la época en la que Hitler se hacía cada vez más poderoso en Alemania, convenciendo a grandes masas de la importancia de la purificación de la raza. Hesse, que no podía entender la idea de la gente de seguir sin más a un hombre que los invitaba incluso a la violencia para mostrarles a todos que verdaderamente eran una raza superior, se atormentaba mucho pues no le cabía en la cabeza que la gente olvidara o ignorara, sin saber que es peor, todo el sufrimiento y destrucción que las guerras a lo largo de la historia y hacía pocos años con, habían causado al mundo, y a su propio país.

Esto es, más o menos, lo que se vive en todo el mundo; sabemos lo que significa una guerra para un país, inmensas pérdidas humanas y económicas para beneficio de unos pocos, y horror, muerte, destrucción y empobrecimiento para la inmensa mayoría; pero aún así, al mínimo desacuerdo o necesidad, cualquier país está dispuesto a ir a la guerra, como si no nos hubiéramos pasado miles de millones de años evolucionando, atravesando un largo camino desde ser un microorganismo, hasta el ser humano supuestamente racional que somos ahora. Y digo supuestamente racional, porque aunque en teoría lo somos, las decisiones que tomamos diariamente se empeñan en demostrar lo contrario. Sabemos que los conflictos se pueden resolver hablando, con acuerdos, cediendo un poquito de cada lado, tolerando y respetando el pensamiento y las decisiones de los demás y estando dispuestos a llegar a un punto común; pero a la primera oportunidad, involucionamos, nos armamos hasta los dientes y utilizamos el método más inefectivo que existe, la guerra. Es como si, en un día, olvidáramos todo el daño que la violencia y la agresión han causado en el mundo a lo largo de la historia, y regresáramos a ser animales que resuelven todo con la fuerza bruta; como si el que más poder adquisitivo, armas y ejercito tenga es el que indudablemente tiene la razón.

Esto, según Hesse, estaba acabando con Alemania, y por eso se alegró tanto cuando en 1946 le fue Otorgado el Premio Nobel. En su discurso dijo: “...me siento unido a todos ustedes por la idea que anima la fundación de Nobel, la idea de la súper nacionalidad e internacionalidad del espíritu y su empeño en no servir a la guerra y la destrucción sino a la paz y la reconciliación…Veo un gesto de reconciliación y la buena voluntad de reanudar la colaboración espiritual de todos los pueblos.

Sin embargo mi ideal no es en modo alguno el de borrar los caracteres nacionales en aras de una humanidad espiritualmente uniformada. ¡Oh, no, que vivan la diversidad, la diferenciación y la gradación sobre nuestra querida tierra! Es magnífico que existan muchas razas y pueblos, muchas lenguas, muchas variedades de mentalidad y muchas filosofías. Si odio y soy un enemigo irreconciliable de las guerras, las conquistas y las anexiones, lo soy entre otras cosas también por todo lo que a estas fuerzas oscuras se sacrifica de realización histórica y de lo más individualizado y pródigamente diferenciado de la cultura humana.” (pág. 177). En este discurso, Hermann dejo claro que pensaba en la guerra como el peor error de todos, y que además, no estaba de acuerdo con las ideas que habían tratado de inculcar en el corazón y en la cabeza de todos los Alemanes, para hacerlos creer que eran la raza verdadera, la única que valía y que deberían persistir solo ellos. Habla de diversidad y en este discurso resume lo que pensó a lo largo de su vida y que se lee en el libro en varias ocasiones, que el mundo no sería como es, o mejor dicho, como era en esa época, de no haber sido por la diversidad cultural. ¿Y cómo más podía pensar un hombre que toda su vida le rindió gran homenaje a las culturas Orientales? Lo que sentía por India sobre todo, país que conoció cuando era niño y que visitó de nuevo en repetidas ocasiones después de crecer, no tenía comparación. En algunos de sus diarios, describía la belleza de los paisajes, la riqueza de la cultura, el respeto y la fidelidad de la gente por sus pensamientos y sus convicciones. Todo esto, lo mantuvo siempre maravillado, junto con la religión que practicaban en la India, la reencarnación, etc. Este amor y curiosidad, influyeron grandemente en su obra, y de estas vivencias sacó las bases para escribir una de sus más importantes obras Siddhartha (1922).

Además, en este discurso se puede leer también su deseo de ver un mundo, no globalizado en el sentido económico como tal, pero si unificado espiritualmente, en el que todos lucharan por salir adelante juntos, por crear historia, literatura, ciencia, arte, música, etc. juntos; sin rivalidades, pero con grandes colaboraciones.

continúa...

Impresiones y reflexiones sobre el libro Obstinación de Herman Hesse (parte 1)

Cuando nos enfrentamos a un libro autobiográfico en el que no se narra ninguna historia ficticia, ni se encuentra o se prueba la tesis de una hipótesis, ni se expone el resultado de una investigación, sino que simplemente se cuentan los acontecimientos de la vida diaria y los pensamientos que diariamente se producen en la cabeza, el libro puede tornarse un poco lento y en ciertos momentos en los que las cavilaciones son especialmente profundas e importantes solo para el autor, puede también tornarse muy pesado, pero si se mira más allá, si se persiste en la lectura, en algún momento empiezas a sentir que conoces al autor como si fuera un amigo de toda la vida, como si fuera alguien muy cercano. Esto fue lo que me pasó al leer Obstinación de Hermann Hesse. El libro, que empieza contando la biografía del autor cuatro veces seguidas, cada una vista desde un punto de vista distinto, continua con fragmentos de los diferentes diarios que a lo largo de su vida Hesse escribió. Lo que más me llamó la atención y me animó para leer hasta el final, fue lo similar que era su pensamiento de niño y adolescente con el que yo he tenido en las mismas épocas, y que tengo en este momento.

Después de los diarios, el libro continúa con una serie de cartas que el autor escribió a sus padres en su época de colegio, en las que comentaba su descontento con la educación que recibía, su inconformismo con la institución que lo acogía y con la hipocresía de la misma, su regocijo con los libros y la magia; sus sentimientos hacia los demás y hacia el mismo.

En esta parte, el entonces joven Hermann Hesse, se muestra como una persona culta pero falto de interés por lo que las instituciones educativas por las que pasó, podían brindarle; además, desde ese momento ya existía la curiosidad y el profundo interés por los libros, por la historia y por las religiones.

Él, que aunque muy creyente e hijo y nieto de hombres de la iglesia, nunca confió mucho en su propia religión, en cada párrafo que le dedicó a las diferentes religiones, se nota el profundo respeto que tiene por estas y por los que creen en ellas.

Así como él, opino que es la espiritualidad, más que la religión, lo que al hombre de hoy le hace falta; aunque no estoy de acuerdo en que debamos creer ciegamente como lo hacen los creyentes más tradicionalistas, ya sea individuos solos o grupos enteros. Las culturas Orientales, con su solemnidad, su profundo respeto por las creencias arraigadas, y sus inmensas demostraciones de fe, nos tienen una gran ventaja a los Occidentales, puesto que tienen resuelto sus más grandes conflictos existenciales, y pueden dedicarse al resto de los problemas y situaciones más terrenales y humanos sin grandes temores, pues saben que todo lo tienen ya resuelto si actúan siempre con la idea de recorrer el camino del bien, según lo que sus cánones espirituales les dictan. Pero, por ese mismo sacrificio y entrega ciegos, por su obligación tácita a acceder a todo lo que está escrito en la vida y en la historia, es que la civilización y la técnica en los países occidentales se desarrollaron mucho más rápido, puesto que sus religiones, creencias y, gobernantes y mandatarios eran un poco más laxos en las normas y leyes, tanto humanas como divinas; aunque sean bien conocidos los intentos tan agresivos que existieron a lo largo de la historia, por mantener a los pobladores del mundo, bajo un mismo pensamiento y una misma ley máxima. Sin ir muy lejos, conocemos las persecuciones de la Inquisición en Europa, que buscaban acabar con los “herejes”, o más bien con todo aquel que significaba algún peligro para la Iglesia Católica. Aún teniendo este tipo de episodios, el mundo Occidental siempre fue un poco más adaptable y por eso los avances tecnológicos, fluyeron más rápido que en otras culturas, incluso más antiguas que los Europeos.

Estas diferencias entre Europa y los países Occidentales (para Herman Hesse) y China y los demás países Orientales hicieron parte de la constante búsqueda y preocupación que el autor trató de resolver durante toda su vida. La ciencia contra la religión, el infinito conflicto sin solución y sin conciliación, y él, no fue ajeno a esto.

Además de estos pensamientos, Herman dice en El Diario de Martín, (págs. 84-89):”…Esta era la doctrina, la única doctrina del mundo. Estas eran las palabras de Jesús, de Buda, de Hegel, cada uno con su teología. Para ellos, lo único importante en el mundo es el ser más íntimo, el alma, la capacidad de amar. Estando eso en orden, da igual comer mijo o bizcochos, llevar harapos o joyas, que el mundo concuerda en pura armonía con el alma, es bueno, está en orden.

A nadie es capaz de amar el hombre como a sí mismo. A nadie es capaz de temer tanto como a sí mismo…” (pág. 87) refiriéndose a el más importante descubrimiento que hizo en su vida. Con esta frase, resumió lo que pensaba de las religiones, que pensaba en ellas como una sola en la que lo importante es el amor. Con amor decía, todo está bien. Si amamos, nada puede salir mal, estamos en paz con todos y lo más importante, con nosotros mismos. Dijo también, que “el que es capaz de amar es feliz” (pág. 86), y en esto estoy completamente de acuerdo. Amar, no es, dar si estoy recibiendo, querer a alguien porque ese alguien me quiere a mi, sino simplemente entregarse. Entregarse sin restricciones, sin limitaciones, sin esperar nada, simplemente por el placer de dar. Todo en la vida es relativamente pasajero y tiende a agotarse, pero el amor, cuando está presente, hace que todo lo demás pase a un segundo plano.

Aunque seamos una sociedad consumista, que está acostumbrada a medir la felicidad con la vara de las posesiones, nadie está realmente completo si no tiene amor; puede ser hermoso, rico, inteligente y exitoso, pero si no tiene amor por algo o por alguien, todo esto no es suficiente y no tiene un sentido real.

continúa...

Primer día

Nuevo blog, sin pretenciones ni expectativas. Sólo una forma de obligarme a escribir de vez en cuando y de terminar los cuentos y escritos que empiezo.