domingo, 28 de agosto de 2011

¡Quiero rosquitas!

Siendo esta la primera vez que vivo “sola” (vivo con otras dos personas pero todo lo que me concierne depende de mí misma), he tenido que enfrentarme a muchas cosas a las que no estoy acostumbrada. Por mencionar algunas, compro y cocino mi propia comida; lavo todo lo que ensucio (ya sé, esto también debería hacerlo en mi casa), no sólo platos y ollas, sino también mi ropa, sábanas, toallas, etc.; mantengo mi habitación limpia y además llevo un presupuesto y una contabilidad que me permiten distribuir la plata para todo el mes. Digamos que, como tengo 22 años, estas son cosas que no debería estar aprendiendo, sino que debería tener incorporadas a mi vida desde hace mucho tiempo, pero la realidad es, que todo esto es nuevo para mí.
 Llevo un mes en Montevideo y pareciera que todo lo estoy aprendiendo a manejar relativamente bien. Todavía no me he intoxicado, ni cortado, ni quemado. No he desteñido, manchado ni encogido ninguna prenda. No me he despertado ningún día sin ropa para ponerme ni me he quedado sin plata (bueno, un día salí a la calle y esperando el bus me di cuenta que no tenía plata para ir a la universidad, almorzar y regresar, pero lo arreglé no utilizando el bus, sino caminando, y listo). Es más, siempre tengo curitas, jabón y papel higiénico de reserva.
 Pero, como en cualquier historia, no todo puede ser perfecto. La verdad es, que he tenido grandes problemas a la hora de mercar. Para los que me conocen, y conocen mis rutinas alimenticias, sabrán que hay muchas cosas que no consumo y que en general, mantengo una dieta regulada. Bueno, pareciera como que la alimentación uruguaya tradicional hubiera sido la base para programar mi dieta. ”Todo lo que no se come en Uruguay es lo que puedes comer” – me habría podido decir la nutricionista, y habría estado muy cerca de la realidad. La comida en Uruguay es deliciosa. Está llena de carnes, quesos, jamones, harinas y azúcares (dulce de leche y chocolate encabezando la lista). Mi dieta, por ningún lado que se le mire, es así de rica; pero ya me he acostumbrado a ella y hay muchos productos que me gustan, con los que me siento cómoda y que ahora extraño profundamente.
 El desayuno, el almuerzo y la comida los tengo algo dominados, sobre todo cuando son en la casa, porque compro lo que puedo comer (más o menos) y cocino como puedo cocinar (sin fritos, pocas harinas, etc.). El problema mayor radica en los snacks, las comidas entre comidas. El primer producto problemático son las frutas. Aunque los cítricos que se consiguen aquí (sobre todo naranjas y mandarinas) son deliciosos, súper jugosos y de buen tamaño, las frutas que estoy acostumbrada a comer y que más me gustan, granadilla, mango, uvas y papaya, aquí no se consiguen fácilmente. Afortunadamente se consigue banano, porque si no, sería demasiado.
 Con las harinas tenemos otra situación. Cada que voy al supermercado no puedo evitar pensar: “¡Quiero rosquitas! ¡Quiero cheetos! Y sobre todo, ¡Quiero arepa! (quién iba a pensarlo, hace un año no me gustaba la arepa)”. Aquí se consiguen papitas, galletas y maní, pipas, almendras, etc. Ah, y unas galletas de arroz, súper saludables, que no saben a nada, pero que estoy aprendiendo a querer. De resto, volvemos a los pasteles rellenos de dulce de leche (arequipe) con cobertura de chocolate, etc. que aunque deliciosos, no puedo ni quiero consumirlos en mi dieta diaria.
 Digamos que me ha salvado el hecho de que hay una buena oferta de yogurts y granolas, y con eso he estado pasando por ahora. Claro, cuando no sucumbo al llamado de los pudines de chocolate y los alfajores y las chocolatinas, etc. (no ha pasado mucho, pero no puedo decir que no haya pasado).
Estos inconvenientes no serían tan problemáticos de no ser por el hecho de que mi metabolismo en Montevideo trabaja a dos mil por hora. Siempre tengo hambre. Siempre quiero comer. Siempre estoy en la cocina buscando algo. Creo y espero que estos cambios metabólicos sean consecuencia del frío y que, con la llegada de la primavera en unas cuantas semanas más, desaparezcan.
 Quería antes de terminar, dejarle un espacio especial para las verduras, porque también es más o menos sabido que no soy muy amiga de ellas. Antes de venir había cambiado bastante mis hábitos alimenticios y estaba comiendo lechuga, zanahoria, champiñones, pepino, tomate (más o menos) y estaba enamorada del aguacate (sé que no es mucho, pero es un gran cambio, ustedes saben). Bueno, aguacate sin arepa no es ni cinco de divertido, así que olvidémonos de él por ahora (aunque aquí se consigue un montón). Los champiñones tampoco se ven mucho, de hecho no he comido sino una vez y fue en un restaurante. Y la lechuga y el pepino tampoco los he comprado (estos sí no tienen excusa). Así que por ahora estoy a punta de zanahoria y tomate. Ah bueno, y para que no piensen muy mal tampoco, he comido pimentón. Eso cuenta por algo, ¿no?

jueves, 11 de agosto de 2011

Fíjate bien donde pisas...

…Fíjate cuando caminas, no vaya a ser que una mina, te desbarate los pies amor”.
No puedo evitar pensar en esta conocida canción de Juanes cada que salgo a caminar por Punta Carretas, el barrio en el que vivo. Obvio, no es que la calle esté plagada de minas y Montevideo tenga una alta población de mutilados, sino que el estado de las aceras es realmente lamentable por dos razones.
Al parecer, existe una competencia secreta entre todas las ciudades de Latinoamérica para ver cuál es la más lo que sea (la más verde, la más educada, la más limpia, la más feliz, etc.) y Montevideo decidió convertirse en la ciudad más arbolada (con más árboles); así cómo Medellín quiere ser la más educada y no sé qué otras cosas. Esto no estaría mal si hubieran previsto un presupuesto para el mantenimiento, no sólo de los árboles, sino también de las aceras (o veredas como las llaman aquí) que están acabadas por culpa de las raíces de los árboles. Es realmente difícil caminar sin mirar al suelo, pues las aceras se parecen mucho a una pista de bicicrós pavimentada, y nunca se sabe si el próximo paso se debe dar a nivel o 30 centímetros más arriba. Esta situación se presenta prácticamente en toda la ciudad, pues por todas partes hay árboles y solamente en el centro, en dónde no hay tantos, las aceras se mantienen relativamente trasportables.
El otro problema, que de hecho es mucho más grave porque está vinculado directamente con la falta de cultura ciudadana de la gente, es el popó de los perros. Por lo menos por la zona donde yo vivo hay muchos edificios, muchos perros y, aunque muchos árboles, no muchas zonas verdes. Parece que esto es suficiente para que las veredas se hayan convertido en el sanitario de los caninos y que los dueños no hagan nada por esto. Tengo que decirlo, ya fui víctima de este problema y me paré de noche en uno de esos regalitos que los perros dejan y los vecinos no recogen; y eso que camino mirando al suelo casi siempre, porque estoy al tanto de los peligros. Creo que esto me ha llamado mucho la atención porque tengo perro, y recoger el popó de Ilona (mi foxterrier) no es para nada engorroso, una bolsita, un nudo y ya está; además, si algo tiene Montevideo son basureros, así que esa no puede ser la excusa. Atreviéndome a especular, diría que simplemente nadie ha hecho una campaña fuerte de concientización ciudadana para que esto deje de ser un problema, pues los únicos letreros que he visto al respecto están en las zonas verdes de un centro comercial (Shopping Punta Carretas) que queda cerca de aquí y que dicen algo como: “Si tu perro también es de caricatura, zafaste. De lo contrario, recogé”, acompañado de un dibujo de un perro de carícatura.
Supongo que por ahora será seguir caminando con mucho cuidado y con los ojos en el suelo para evitar problemas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Sí hay país para viejos

No sé si es porque en Colombia estamos acostumbrados a que lo viejo no sirve, a cambiarlo lo más rápido posible o a esconderlo o dejarlo en un rincón para que no estorbe, pero me ha llamado mucho la atención que aquí en Montevideo hay muchas cosas viejas. En los edificios, el ascensor es de esos de puerta y rejita; los carros (aunque también hay modelos nuevos), son predominantemente viejos, de más de 10-15 años; incluso las tiendas, centros comerciales, calles, etc., todo tiene un dejo como de tiempo, como si aquí en Uruguay hubieran logrado frenar la mano implacable de la modernidad y mantener todo a través de los años. Bancos, hoteles, universidades y edificios de apartamentos, todos han encontrado la manera de mantener esa “estética de lo viejo” sin perder la funcionalidad (algunos los han remodelado por dentro, otros simplemente cambian lo que ya no sirve). Igual creo que tiene que ver con que el ritmo de vida de Montevideo es muy diferente al ritmo de vida que conocemos en Colombia y en otros países, pero me gusta que hasta la arquitectura se mantenga fiel a ese ritmo, a ese estilo de vida. Esto no quiere decir que no haya cosas nuevas, he visto muchas construcciones en la calle, y hay tiendas de tecnología con cosas de última generación, etc.; pero cuando uno está acostumbrado a que de cada 10 personas, 6 tienen el BlackBerry en la mano todo el tiempo, ver gente que sólo camina con un termo de mate y el periódico bajo el brazo es un gran cambio.
Con la gente vieja (sin querer sonar irrespetuoso) también me ha pasado algo muy curioso. Aquí se ven, están activos aún con el frío que hace. Se les ve en la calle, en restaurantes o caminando por ahí. Algunos incluso trabajan como porteros en los edificios (porque todos los edificios tienen portero, una persona sentada en una silla de escritorio, frente a un televisor pequeñito, que se para a abrir la puerta cada que llega o se va alguien. Aquí no creo que lo hagan por seguridad, porque casi todos los que he visto son viejitos. Pero supongo que como trabajo no es muy exigente y de todas formas les pagan, socializan y tienen algo para hacer.
Definitivamente creo que esa vida lenta, de comer pesado y no muchas preocupaciones tiene su encanto. Les iré contando más cuando conozca más.