viernes, 15 de mayo de 2009

Impresiones y reflexiones sobre el libro Obstinación de Herman Hesse (parte 2)

continuación...

Además de hablar de las religiones, Herman Hesse hace alusión a la política desde una visión no muy experta, pues no tuvo una verdadera formación en el tema, ni ejerció nunca alguna profesión afín; pero si muy real pues con los libros adquirió conocimiento del tema y además, tuvo la experiencia de vivir en un país en guerra. Durante su vida, el autor tuvo que vivir las dos guerras mundiales desde un puesto, privilegiado para observar y entender lo que sucedía, y peligroso por sus ideas contrarias a las del gobierno alemán, sabiendo que se encontraba viviendo en el mismo país.

Dice Hesse en su Diario entre 1920-1921: “Cada cual trabaja, se afana, piensa y hace política para sí mismo, para su persona, su fama o por un partido...” (pág. 131) refiriéndose a lo tan equivocados que estaban los demás, según él, a la hora de concebir la política. Aunque no le gustaban las ideas del Marxismo, ni del Socialismo, decía que era importante para que una política funcionara, que los esfuerzos de todos apuntaran hacia un bien común, hacia el fortalecimiento físico, moral e intelectual de la Humanidad. Y en esto, tiene bastante razón creo yo. Según mi punto de vista, el Capitalismo funciona hasta cierto punto, no es malo que cada uno luche por obtener sus propias cosas mientras no olvide a los demás, mientras no olvide lo que le costó llegar hasta donde está, y que lo que tiene no sirve de nada si es el único que tiene. El Capitalismo según esto, sirve en un mundo verdaderamente humano; en el que los hombres no dejan de ser hombres para trabajar por un supuesto bien superior, que en realidad no existe, pues no hay un bien superior que la satisfacción en todos los sentidos de la Humanidad. Lo que Hesse decía, se podría pensar así, como un capitalismo para seres humanos, en el que el individuo se enriquece sin olvidar que a la vez, pertenece a una sociedad, en la que cada uno debe estar bien, para que todo el sistema funcione.

El autor vivió en carne propia la época en la que Hitler se hacía cada vez más poderoso en Alemania, convenciendo a grandes masas de la importancia de la purificación de la raza. Hesse, que no podía entender la idea de la gente de seguir sin más a un hombre que los invitaba incluso a la violencia para mostrarles a todos que verdaderamente eran una raza superior, se atormentaba mucho pues no le cabía en la cabeza que la gente olvidara o ignorara, sin saber que es peor, todo el sufrimiento y destrucción que las guerras a lo largo de la historia y hacía pocos años con, habían causado al mundo, y a su propio país.

Esto es, más o menos, lo que se vive en todo el mundo; sabemos lo que significa una guerra para un país, inmensas pérdidas humanas y económicas para beneficio de unos pocos, y horror, muerte, destrucción y empobrecimiento para la inmensa mayoría; pero aún así, al mínimo desacuerdo o necesidad, cualquier país está dispuesto a ir a la guerra, como si no nos hubiéramos pasado miles de millones de años evolucionando, atravesando un largo camino desde ser un microorganismo, hasta el ser humano supuestamente racional que somos ahora. Y digo supuestamente racional, porque aunque en teoría lo somos, las decisiones que tomamos diariamente se empeñan en demostrar lo contrario. Sabemos que los conflictos se pueden resolver hablando, con acuerdos, cediendo un poquito de cada lado, tolerando y respetando el pensamiento y las decisiones de los demás y estando dispuestos a llegar a un punto común; pero a la primera oportunidad, involucionamos, nos armamos hasta los dientes y utilizamos el método más inefectivo que existe, la guerra. Es como si, en un día, olvidáramos todo el daño que la violencia y la agresión han causado en el mundo a lo largo de la historia, y regresáramos a ser animales que resuelven todo con la fuerza bruta; como si el que más poder adquisitivo, armas y ejercito tenga es el que indudablemente tiene la razón.

Esto, según Hesse, estaba acabando con Alemania, y por eso se alegró tanto cuando en 1946 le fue Otorgado el Premio Nobel. En su discurso dijo: “...me siento unido a todos ustedes por la idea que anima la fundación de Nobel, la idea de la súper nacionalidad e internacionalidad del espíritu y su empeño en no servir a la guerra y la destrucción sino a la paz y la reconciliación…Veo un gesto de reconciliación y la buena voluntad de reanudar la colaboración espiritual de todos los pueblos.

Sin embargo mi ideal no es en modo alguno el de borrar los caracteres nacionales en aras de una humanidad espiritualmente uniformada. ¡Oh, no, que vivan la diversidad, la diferenciación y la gradación sobre nuestra querida tierra! Es magnífico que existan muchas razas y pueblos, muchas lenguas, muchas variedades de mentalidad y muchas filosofías. Si odio y soy un enemigo irreconciliable de las guerras, las conquistas y las anexiones, lo soy entre otras cosas también por todo lo que a estas fuerzas oscuras se sacrifica de realización histórica y de lo más individualizado y pródigamente diferenciado de la cultura humana.” (pág. 177). En este discurso, Hermann dejo claro que pensaba en la guerra como el peor error de todos, y que además, no estaba de acuerdo con las ideas que habían tratado de inculcar en el corazón y en la cabeza de todos los Alemanes, para hacerlos creer que eran la raza verdadera, la única que valía y que deberían persistir solo ellos. Habla de diversidad y en este discurso resume lo que pensó a lo largo de su vida y que se lee en el libro en varias ocasiones, que el mundo no sería como es, o mejor dicho, como era en esa época, de no haber sido por la diversidad cultural. ¿Y cómo más podía pensar un hombre que toda su vida le rindió gran homenaje a las culturas Orientales? Lo que sentía por India sobre todo, país que conoció cuando era niño y que visitó de nuevo en repetidas ocasiones después de crecer, no tenía comparación. En algunos de sus diarios, describía la belleza de los paisajes, la riqueza de la cultura, el respeto y la fidelidad de la gente por sus pensamientos y sus convicciones. Todo esto, lo mantuvo siempre maravillado, junto con la religión que practicaban en la India, la reencarnación, etc. Este amor y curiosidad, influyeron grandemente en su obra, y de estas vivencias sacó las bases para escribir una de sus más importantes obras Siddhartha (1922).

Además, en este discurso se puede leer también su deseo de ver un mundo, no globalizado en el sentido económico como tal, pero si unificado espiritualmente, en el que todos lucharan por salir adelante juntos, por crear historia, literatura, ciencia, arte, música, etc. juntos; sin rivalidades, pero con grandes colaboraciones.

continúa...

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